Qué decimos cuándo decimos derecha?

Por María Esperanza, el 23 de Abril de 2008.
La Barbarie maria@labarbarie.com.ar

Tal vez porque conocerse a uno mismo es la más difícil de las tareas, el vocabulario analítico de las ciencias sociales para comprender a ese fenómeno que por ahora llamaré taquigráficamente “la derecha” es notoriamente escaso. Mucho más se ha escrito para comprender a los actores sociales usualmente identificados como izquierda (movimientos sociales, clases trabajadoras, campesinados, grupos subordinados) que a aquellos que forman a la derecha.
El término en sí apareció durante la Revolución Francesa, cuando los girondinos se ubicaban en los bancos de la derecha de la Asamblea y los jacobinos a la izquierds.
Justamente, la Revolución Francesa incitó a Edmund Burke a realizar la que aún es una de las reflexiones (y reivindicaciones) más sistemáticas sobre el pensamiento de derecha. Edmund Burke, claro está, no habla de derecha sino de ideología conservadora. El conservadurismo, según Burke, se define antes que nada por tres cosas: un decidido elitismo, la defensa de los modos de vida tradicionales y el rechazo a la obsesión moderna por la innovación, y su acérrima prudencia y limitación en cuestiones sociales y políticas (prudencia que algunos definen hoy como “realismo”).
Así, Burke entregó una primera definición de derecha, que sería identificada a partir de ese momento como aquella fuerza política comprometida con la conservación de las relaciones de poder (político, social, económico y cultural) que han sido heredadas en un momento determinado, y preocupadas también por el mantenimiento de un módico de orden, prolijidad y prudencia en las cuestiones políticas. (Esta acepción del término se asemeja la de “derecha liberal” citada en esta nota de Ricardo Forster Página 12.) Que todo cambie lo menos posible, que las jerarquías sociales se mantengan a rajatabla, y que nada se dé de manera abrupta o radical, sino ante todo manteniendo las formas.
Por supuesto, esta acepción sin embargo no agota los sentidos del término derecha. En las últimas décadas del siglo XX hemos visto que es posible que la derecha sea radical antes que conservadora. Así, por ejemplo, la derecha neo-conservadora estadounidense proclamó la necesidad, ya no de mantener, sino de crear ex-nihilo la realidad. (En un famoso reportaje de Seymour Hersh en el New Yorker, Hersh cita a un neo-con que explica que “nosotros ya no necesitamos guiarnos por la realidad, sino que creamos la realidad. Eso es lo que hace un imperio.”) También, o especialmente, América Latina vivió durante los años noventa una ola de regímenes, no casualmente llamados neo-liberales, en los cuáles el estado fue puesto al servicio de reformas profundas y radicales de las relaciones políticas, sociales y económicas. Esta derecha ya no se identifica con la conservación de nada (ni siquiera es una derecha especialmente preocupada por cuestiones religiosas, morales o culturales) sino que es, antes que nada, una derecha exclusivamente preocupada por la creación de de condiciones óptimas para la máxima acumulación capitalista.
La derecha neoliberal y la derecha conservadora conviven y son a menudo aliadas, pero también viven a menudo en tensión. Es posible realizar una crítica conservadora al neoliberalismo, acusándolo de rapaz, antirepublicano, destructor de las solidaridades y jearquías sociales. Y viceversa, para la derecha neoliberal, las formas republicanas son necesarias sólo cuando son funcionales a la acumulación; si no lo son, son prontamente acusadas de ser atavismos regulatorios que sofocan la innovación capitalista.)
En el caso argentino, la situación es y ha sido históricamente complicada. Pensaba yo en todo eso leyendo el post de ayer de Tavos en dónde se describe de qué manera los actores empresarios se han dinamizado, cambiado y adaptado en los últimos años, pero en dónde, como dice un comentarista, estos actores parecen modernizase en lo económico, pero no así en lo político.
Esto por supuesto, no es nuevo, de hecho, bien podría resumirse así la historia de los últimos 130 años del país: un país con elites diversificadas, innovadoras y modernas en lo económico que son y han sido profundamente conservadoras y antidemocráticas en lo político. Elites acostumbradas a gobernar bajo el sino de un régimen oligárquico regido por acuerdos de caballeros que ya frente a de las primeras demandas democráticas (pongamos, en 1890, o con la ley Saénz Peña, o en 1945) no pudieron o no quisieron darse la tarea de construir una alternativa política propia, asumidamente “de derecha” (al estilo del partido conservador inglés, o el PP español, o las variantes francesa o alemana), capaz de persuadir y obtener apoyos sociales, ganar elecciones, y gobernar.
Así, se llegó a la paradoja de que la mejor gestión que hizo la derecha vernácula pudo darse cuando una fracción de las elites neoliberales pudieron simbiotizarse con su anterior enemigo, el peronismo. Esta fue casi la fórmula perfecta: el peronismo menemista ofrecía capacidad electoral, disciplinamiento no violento de los sectores populares y gobernabilidad, y los ponía al servicio (en retorno de pingües beneficios) de la innovación y la acumulación financiera.
Hoy, las cosas no están tan claras. Dejando de lado al gobierno (al cual algunos consideran “centroizquierda” y al cual Hal llama “la variante más inteligente del conservadurismo), la derecha en Argentina podría tomar dos variantes polares, o constituirse como una forma híbrida entre ellas. Una derecha conservadora republicana, más moderada, preocupada por la mantención de las formas, o una derecha neoliberal.
La pregunta clave aquí (además de la trayectoria futura del gobierno) será la relación que la derecha intente establecer con el PJ. Si una alternativa republicana se constituye sin el PJ, sería una innovación importante que podría, tal vez, clarificar el sistema político. Si, en cambio, se solidifica una nueva alternativa neoliberal que nuclee a parte, o todo, el PJ (como bien puede intentar hacerlo Macri), estaríamos viendo la actualización de la fórmula de los noventa.

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